Hace unos días pasó de nuevo. Pensé que ya no sucedería más, que ahora la modalidad había cambiado y que ya no volvería a dejar el suelo.
Pero pasó de nuevo.
Es una conversación típica. De las mías. Cuando quiero ser Mesías y salvar a los insalvables, y empezar de nuevo y explicarlo todo. Y no se puede. Nunca se puede.
Y ella también sabe eso. Y aún así tratamos. Porque se supone que para eso son las amigas. Para salvar el mundo y encontrar razones.
En otoño technicolor no es más fácil, sólo es más lindo. Así que caminamos hacia adelante. Porque “adelante” es lo único que hay.
Y de a poco, otra vez nos elevamos. Y las hojas en el suelo se hacen grandes y aún más amarillas. Y bajo nuestros pies, flotan nuevamente.
Siempre hablamos de intangibles, y esta vez si son tangibles. El aire limpio con olor a tierra y lluvia deja ver los “Yo quiero”, “Yo creo”, “Yo espero”, “Yo extraño”, “Yo miento”, “Yo Busco”… todos claritos, suspendidos como marionetas meciéndose sin cuerdas.
Y a veces, cuando el suelo se acaba, pisamos todas las palabras para poder seguir avanzando y cuando el camino termina, la última palabra que vemos es “libre”.
Y cuando buscamos la frase completa dice clarito, “No me digan que soy libre”, y es sólida pero esponjosa cuando la tocamos.
Y ella cree que es horrible que alguien te recuerde que eres libre.
Y yo creo que es horrible no saber como ser libre.
Pero cuando todo deja de moverse y las palabras ya no son consistentes, nos despedimos como siempre, y nos reímos también. Porque para eso son las amigas, para reírnos… tontas, tontitas.
Y esa noche cuando duermo, sueño con muchas cosas. Y mientras sueño, sigo siendo libre y caminando sobre las mismas palabras. Y siempre es difícil.
Pero pasó de nuevo.
Es una conversación típica. De las mías. Cuando quiero ser Mesías y salvar a los insalvables, y empezar de nuevo y explicarlo todo. Y no se puede. Nunca se puede.
Y ella también sabe eso. Y aún así tratamos. Porque se supone que para eso son las amigas. Para salvar el mundo y encontrar razones.
En otoño technicolor no es más fácil, sólo es más lindo. Así que caminamos hacia adelante. Porque “adelante” es lo único que hay.
Y de a poco, otra vez nos elevamos. Y las hojas en el suelo se hacen grandes y aún más amarillas. Y bajo nuestros pies, flotan nuevamente.
Siempre hablamos de intangibles, y esta vez si son tangibles. El aire limpio con olor a tierra y lluvia deja ver los “Yo quiero”, “Yo creo”, “Yo espero”, “Yo extraño”, “Yo miento”, “Yo Busco”… todos claritos, suspendidos como marionetas meciéndose sin cuerdas.
Y a veces, cuando el suelo se acaba, pisamos todas las palabras para poder seguir avanzando y cuando el camino termina, la última palabra que vemos es “libre”.
Y cuando buscamos la frase completa dice clarito, “No me digan que soy libre”, y es sólida pero esponjosa cuando la tocamos.
Y ella cree que es horrible que alguien te recuerde que eres libre.
Y yo creo que es horrible no saber como ser libre.
Pero cuando todo deja de moverse y las palabras ya no son consistentes, nos despedimos como siempre, y nos reímos también. Porque para eso son las amigas, para reírnos… tontas, tontitas.
Y esa noche cuando duermo, sueño con muchas cosas. Y mientras sueño, sigo siendo libre y caminando sobre las mismas palabras. Y siempre es difícil.