lunes, agosto 28, 2006

Chicos Rudos.

Es duro prepararse cada semana. Pero es mi pasión y no puedo evitarlo.
Lo primero que hago, es calzarme unos pantalones ajustados pero siempre cómodos en caso que sea necesario correr. Luego, me pongo mi chaqueta, obviamente, por el lado de adentro; naranjo brillante, para sobresalir entre las lacras, para que todos sepan quien soy y que pertenezco.
Mis botas están lustradas, punta de fierro y siempre prestas a batallar. Antes de salir, me observo detenidamente en el espejo y pienso que de verdad me veo rudo.
Los chicos y yo siempre nos juntamos en el mismo lugar y a la misma hora, y nos gusta caminar y asombrar a los transeúntes que nos reprueban con la mirada.
Cada sábado es el mismo recorrido; caminamos por la ciudad y finalmente llegamos a nuestro destino. Cuando nos ven entrar, ya saben que estamos dispuestos a todo. Nos llaman hooligans, y tienen razón.
Cada sabado, la rutina es la misma. Llegamos al mismo lugar, defendiendo nuestro bando y en las gradas esperamos lo peor. Abajo, en el campo de batalla, la competencia es brutal. Y no nos quedamos ajenos a ella. Saltamos en las gradas, destrozamos todo a nuestro paso, insultamos a quien se cruce por delante, golpeamos a quien se nos enfrenta (aunque muy pocos se atreven).
A veces pensamos que estamos hechos para esto; somos hijos de la violencia, de las calles y aquí encontramos nuestro nicho: en la competencia, en el enfrentamiento y en representar con el corazón, y hasta las últimas consecuencias, a nuestro amado equipo de ajedrez.

miércoles, agosto 09, 2006

Deconstrucción Y Descomposición.

Lo encontramos en ese bosque mísero cerca de la casa, colgando de una rama no muy lejana al suelo, boca abajo y cubierto en algo que alguna vez fue ropa, las tripas al aire, y la cara hundida.
- No podemos dejarlo aquí- dijiste como si se tratara de una cosa cualquiera . Aunque tal vez sí lo era. Todo lo que vimos fue una masa tumefacta, casi irreconocible que hervía en su propio caldo de putrefacción, donde larvas y moscas se deleitaban.
Yo no me detuve a mirarlo, el olor era demasiado fuerte para acercarse siquiera, pero a tí no te importó. O tal vez no lo notaste. Tú, mi madre, simplemente lo envolviste en tu amplio abrigo rojo y lo llevaste a casa.
Cuando nos vio llegar, mi hermana dio por hecho que el bulto era otro de los muchos animalitos moribundos que encontrabamos agonizando al borde de la carretera y que recogiamos para darles una muerte rápida y terminar su sufrimiento. Tú no le dijiste lo contrario, no por protegerla, si no porque no lo creíste importante.
Yo sí sabía, eso lo olvidaste. No era un animal. Era un niño.
Cavamos en el jardín, un foso no muy profundo a los pies del ciruelo y dentro de él, depositamos el cadaver. Cubrimos la tumba con tierra y tu dijiste que serviría de excelente abono.
Las rosas del jardín, los arbustos, los arboles crecieron, florecieron de una manera increible. En pocos días habian plagado el patio enredandose y retorciendose en las paredes de la casa.
La tumba del niño, lentamente comenzó a socavarse y un enredo de moscas y ramas se dirigió con paso decidido a la casa. Cada día más cerca, y el olor más penetrante. Las moscas más ruidosas y los esfuerzos por mantenerlas lejos, más inútiles. No sé si te cansaste o nunca te importó, pero nosotras te seguíamos, mi hermana y yo. Hicimos lo mismo que tú. Nos sentamos frente a la chimenea y esperamos.
Las moscas y su podredumbre entraron sin permiso, se apoderaron de la casa, y sin perder tiempo, de nosotras. Tus pies, tus manos y finalmente tu cabeza desaparecieron bajo esa manta espesa y zumbante. Luego siguió mi hermana y finalmente yo.
Antes de cerrar los ojos, lo último que vi fue el ciruelo que en su base acunaba el cuerpo descompuesto de un niño desconocido. Esta vez, el ciruelo no sólo fue testigo. Esta vez, abrió sus raíces inmensas y abrazó con brutalidad nuestro frágil hogar que, yo siempre supe, agonizó desde mucho antes que el niño llegara.
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*Esto es la descripción más exacta que pude lograr de un sueño que tuve hace unos días.